miércoles, 18 de abril de 2012

FUERA DE COBERTURA
Con el móvil en clase

Muchas veces hemos llamado la atención a alumnos por hablar en clase con el compañero de al lado, pero nunca lo habíamos tenido que hacer por hablar, también con el compañero de al lado, mediante WhatsApps con el móvil escondido en el regazo o tapado por el estuche. De un tiempo a esta parte, nos hemos encontrado con casos paradójicos: alumnos que, en mitad de la clase, están de cháchara sin pronunciar palabra.
Esa falta de educación o de urbanidad en el uso de las nuevas tecnologías no las percibimos sólo en clase, sino que están en las oficinas, en los hospitales, en las iglesias, en los conciertos, en los cines, en las reuniones, en la calle… Hemos aprendido a utilizar lo que la técnica ha puesto en nuestras manos, pero no parece que sepamos utilizarlo bien.
Nos hemos dado mucha prisa en subirnos a la banda ancha de las nuevas tecnologías, tanta que hemos dejado de lado algo crucial: cómo utilizarlas para que no trastoquen, como lo están haciendo, nuestras relaciones sociales y para que no nos convirtamos, por su culpa, entre otras cosas, en perfectos maleducados.
Una lectora amiga nos preguntaba en una entrada anterior si conocíamos un manual de buenas maneras aplicado al uso de los móviles. No sabemos si existe, pero es verdad que urgen, aunque sólo sea, unos criterios que podemos aplicarlos en nuestra familia. Proponemos estos:
Primero las personas. Aunque al otro lado de la línea haya una persona, hemos de atender primero a la que tenemos junto a nosotros. No es justo que alguien que llama por teléfono se cuele en una conversación, aunque lógicamente la culpa la tiene quien le da paso. El tan célebre “no me pase llamadas” deberíamos decírnoslo a nosotros mismos. En el caso de que esperemos una llamada urgente o importante, deberemos avisar que estamos pendientes del teléfono y pedir permiso para contestar.
Respetar la intimidad. Por ejemplo, no enseñar WhatsApps o mensajes guardados, fotos o simplemente llamadas perdidas a terceras personas. Hemos de excusarnos cuando recibimos una llamada y buscar un lugar reservado para mantener esa conversación con un mínimo de privacidad.
Seguridad. Mantener una medidas mínimas de seguridad técnicas: bloqueo automático, pin… y personales: sólo agregar amigos reales, es decir, que los amigos virtuales sean los mismos que los reales. Respecto a los hijos hemos de controlar el gasto y hacerles de vez en cuando el test de la adicción: que nos enseñe las llamadas y los mensajes que ha hecho un día cualquiera, que pruebe a estar una jornada sin móvil –observaremos si está nervioso, ansioso o irritable–, ¿ha dejado de hacer deporte o lee menos desde que tiene móvil, está más arisco, menos sociable?…
Fuera de cobertura. Saber desconectar los aparatos digitales en lugares como el cine, el colegio, en una conferencia o simplemente cuando se quiere estar con y por una persona, a la hora de estudio o durante las comidas familiares. En todo caso, el lugar del móvil ha de ser el bolso o el bolsillo, debemos evitar llevarlo en las manos o dejarlo sobre la mesa.
Parking de móviles. Podemos establecer en nuestra casa un aparcamiento para móviles donde todos dejaremos los aparatos desconectados hasta el día siguiente. Algunos adolescentes duermen, no sólo con el móvil activado, sino pendientes de él.
Estos criterios no sólo pueden mejorar la urbanidad en el uso de las nuevas tecnologías, sino también devolvernos a la normalidad. Problemas afectivos, como la soledad, la inseguridad, las dificultades de relación, han encontrado una falsa solución en las pantallas, donde se refugian muchos adolescentes para no tener que enfrentarse con una realidad demasiado real.
ACEPRENSA

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